El consumo mundial de plaguicidas se estima en torno a los 59.000 mil millones de dólares para el año 2016, de los cuales el 50% corresponde a los países desarrollados de Europa y America del Norte.
La Industria de los plaguicidas está formada por unas pocas multinacionales que hacen la síntesis de los productos activos, y un gran número de industrias formuladoras que preparan los productos para su aplicación en el campo (emulsiones, polvos para suspender en agua, polvos para espolvoreo en seco, gránulos, etc.)
La Industria de los plaguicidas es muy competitiva. La aparición, en las plagas, de razas resistentes a un producto hace necesario el desarrollo de otros nuevos productos. Y la aparición de un nuevo producto desplaza comercialmente a otro establecido. El antiguo producto ya no tiene prácticamente efecto, y el nuevo producto ha tenido unos altos costes de inversión que es preciso amortizar mediante una comercialización agresiva.
Las marcas son las grandes interesadas en potenciar su consumo y utilización repetida y persistente. Es una cuestión de beneficio, no la última alternativa, utilizada de modo racional y eficiente.
Este uso masivo de plaguicidas ha dado lugar indudablemente a residuos nocivos en alimentos y contaminación progresiva del medio ambiente.
Según su toxicidad los plaguicidas se clasifican en tres clases. Y evidentemente, por su toxicidad, se exige un intervalo mínimo de tiempo entre la última aplicación y la recolección.
Esta carrera hacia la protección química de los alimentos comenzó con el que es el plaguicida orgánico más antiguo, el DDT (diclorodifeniltricloroetano) que fue sintetizado por Müller en 1939, por lo que recibió el Premio Nobel en 1948. Su uso permitió combatir grandes epidemias (tifus transmitido por los piojos y malaria post mosquitos). Actualmente su uso está restringido debido a que su elevada persistencia causa graves daños ecológicos.
Podemos clasificar los plaguicidas según el tipo de plaga o por su estructura química. Así tenemos
- Insecticidas organofosforados, que suman 58 productos distintos,
- Las glicinas, básicamente el glifosato.
Una de las principales ventajas de clasificar a los plaguicidas según su estructura química es que nos permite identificar sustancias que suelen tener similares efectos en las plagas y el ambiente. Combinar plaguicidas con diferentes compuestos permite reducir la posibilidad de tener insectos resistentes al plagicida.
Si analizamos los plaguicidas por su toxicidad, todos los plaguicidas son o pueden ser tóxicos a corto plazo para el ser humano y los animales, pero lo son en distintos grados y la toxicidad aparece por encima de ciertos umbrales. Importan la dosis y el tiempo de exposición.
Hay plaguicidas cuya acción afecta no sólo a las plagas, sino también a procesos biológicos de los humanos. Tal es el caso de los insecticidas neurotóxicos que actúan sobre la transmisión del impulso nervioso, común a insectos y personas. De esa categoría son los insecticidas organoclorados, organofosforados, carbamatos, piretroides y nicotinoides
Otros plaguicidas muy tóxicos son los rodenticidas, en su gran mayoría anticoagulantes
Los plaguicidas con mayor riesgo para la salud humana representan aproximadamente un 15%. Únicamente un 30% no ofrece peligro
Además de la toxicidad en el corto plazo, existe otra toxicidad, cuyos síntomas se presentan luego de una exposición a pequeñas dosis a lo largo de mucho tiempo. Sus daños son más difíciles de evaluar.
Los plaguicidas tienen también un efecto medioambiental. Efectivamente, la mayoría de los carbamatos tienen una toxicidad baja a moderada en los mamíferos. Sin embargo, las abejas son muy sensibles a la presencia de carbamatos. Los científicos investigan desde hace años la desaparición de las abejas. Y no sólo los carbamatos influyen en las abejas. Dos recientes estudios publicados en la revista Science señalan que el uso extendido de los insecticidas neonicotinoides han afectado de forma negativa a las colonias de las abejas.
Y claro, las abejas se encargan de la polinización de las plantas
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