viernes, 2 de marzo de 2018

Pasado, presente y futuro de la utilización de insecticidas químicos en la agricultura










El azufre, el sulfato de cobre, la cal, el arsénico, la nicotina, son sustancias que se han utilizado tradicionalmente en la agricultura para preservar las cosechas del ataque de las plagas. Muchas de esas sustancias son tóxicas para todos los seres vivos, pero también esenciales para la vida. Algunas de estas sustancias pueden ser componentes de algunos medicamentos.

A principios del siglo XX, con el desarrollo exponencial de la industria de síntesis química, se empezaron a utilizar en la agricultura los plaguicidas sintéticos, inicialmente plaguicidas organoclorados, como el DDT, el lindano, aldrin, endrin, etc. Se trataba de sustancias semivolátiles y persistentes, que aseguraban un efecto insecticida más prolongado sobre los cultivos. En un primer momento fueron una solución rápida, económica y fácil al problema de las plagas. Dichos insecticidas se utilizaron extensivamente desde la década de los 50 hasta los años 70. Sin embargo, posteriores  estudios científicos demostraron que esos componentes químicos se acumulaban en los tejidos vivos y aumentaban su concentración al ascender en la cadena trófica. Y se relacionaron con efectos nocivos sobre la salud: un incremento del riesgo de cáncer, origen de malformaciones y otras patologías. Consecuentemente, a partir del año 2000 los insecticidas organoclorados se prohibieron en numerosos países. A pesar de ello, todavía convivimos con sus residuos, pues aún se encuentran en los seres humanos y mamíferos en todo el planeta muchos años después de que su producción y uso hayan sido limitados

Pero la agricultura de producción intensiva ya se había acostumbrado a la utilización de los productos químicos, pues reducían algunas labores del campo, eran relativamente sencillos de aplicar, inicialmente baratos, y se podían repetir los tratamientos cuantas veces hiciera falta. Con la prohibición de los primeros insecticidas sintéticos, el sector agrícola necesitaba similares productos que utilizar. Y se trataba de un gran nuevo mercado para las empresas químicas. Además, las empresas químicas podían aprovechar para la agricultura los avances realizados durante la Segunda Guerra Mundial en el desarrollo de gases neurotóxicos de uso exclusivamente militar. Se desarrollaron y comercializaron para el uso agrícola los insecticidas organofosforados (malation, paration, etc) y los carbamatos. Los primeros son muy tóxicos para el hombre, aunque poco persistentes pues se eliminan en la orina. Consolidaron su uso agrícola a partir de los años 50, hasta la actualidad. Por otro lado, los carbamatos (por ejemplo el carbaril, o el propoxur) son poco tóxicos y poco persistentes. Menos eficaces por tanto en su acción como pesticidas y, por ese motivo, se usan menos en la agricultura, y más como insecticida domésticos. Tampoco se trata de compuestos totalmente inofensivos pues son relativamente solubles, tienen por tanto facilidad para contaminar las aguas.

La importancia de los efectos que puedan tener los insecticidas organofosforados y carbamatos sobre la salud puede ser comprendida cuando se estima que aproximadamente tres millones de personas se exponen anualmente a dichos agentes.

En años recientes se han desarrollado nuevos compuestos químicos que se aplican como insecticidas en la agricultura, como es el caso de los organoestannicos, los neonicotinoides (químicamente similares a la nicotina, y actualmente los insecticidas más utilizados), los piretroides (que emulan los efectos insecticidas de las piretrinas naturales), etc.

A pesar de los problemas que los estudios científicos están demostrando que numerosos pesticidas están causando en la salud y en el medio ambiente, se ha generalizado el uso agrícola de estos compuestos químicos en el control de las plagas. Realmente es muy difícil determinar el efecto de estos compuestos químicos en los organismos humanos. Puede tardar entre 20 o 30 años en manifestarse un efecto negativo en el organismo. Y la ciencia necesitaría otros 20 años para demostrar la relación de causa-efecto. Con dichos plazos de tiempo, cuando un producto eventualmente se retire del mercado, para algunas personas, para el medio ambiente, puede que ya sea tarde. Lo razonable sería que a la industria agroquímica se le exigiera comprobar los efectos de todas las sustancias de sus productos a priori, y no a posteriori, por los efectos que tiene sobre los alimentos y por tanto sobre la salud humana.

Que la agricultura de producción intensiva actual depende de los insecticidas químicos para el control de las plagas es un hecho. Según los datos de la Faostat, el organismo de estadística de la FAO, el consumo mundial de pesticidas se incrementa anualmente desde hace décadas. De las 45.000 toneladas de consumo mundial en los años 50, el uso de insecticidas químicos en la agricultura ha ido creciendo constantemente, con un significativo incremento en el año 2003. A partir del año 2014 el consumo mundial anual de insecticidas químicos superó los 3 millones de toneladas. La cifra es aún mayor porque las estadísticas no incluyen a la Federación de Rusia, que no aporta datos para la elaboración de las estadísticas. El ranking de consumo de insecticidas químicos es muy similar al ranking de los mayores países productores agrícolas. China, el mayor productor agrícola del mundo, es el país que más pesticidas utiliza (1,8 millones de toneladas), seguido por Argentina y México. Desde otra perspectiva, teniendo en cuenta la superficie cultivada de cada país, el consumo por hectárea más alto corresponde a Japón, Corea del Sur y Taiwan.

A pesar del uso generalizado de pesticidas para el control de plagas en la agricultura, no parece que el problema de las plagas y enfermedades de los cultivos esté solucionado. Porque la mera utilización de pesticidas no garantiza la eficiencia de los tratamientos químicos. De hecho, sólo un 30% de los pesticidas tiene efecto en el control de las plagas. Porque gran parte del producto se pierde por volatilización, escorrentías o lixiviación. El cultivo convencional requiere varias aplicaciones de tratamientos, de un conjunto diverso de componentes. Lo cual no sólo aumenta los costes, sino que también causa una grave contaminación ambiental y excesivos residuos de pesticidas en los alimentos.

Además, como consecuencia del uso repetido e indiscriminado de los insecticidas químicos sobre las cosechas, la presión evolutiva ha favorecido la resistencia a los mismos por parte de las plagas. Un fenómeno que se ha incrementado recientemente. Sin embargo, no hay duda de que las multinacionales agroquímicas ofrecerán a los agricultores nuevos productos que solucionen el problema. Porque ese sistema de cada vez mayor consumo de pesticidas para mayor beneficio de los fabricantes es el “futuro” de la agricultura que anhelan.

Es más, a pesar del incremento anual en el uso de pesticidas químicos, los daños de las plagas en los cultivos no se ha reducido significativamente. En un informe presentado ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, Hilal Elver, Relatora Especial sobre el derecho a la alimentación, decía:

"96. A pesar de su uso generalizado, los plaguicidas químicos no han logrado reducir las pérdidas de cosechas en los últimos 40 años (E. C. Oerke, “Crop losses due to pests”, Journal of Agricultural Science, vol. 144, núm. 1 (febrero de 2006). A/HRC/34/48 24 GE.17-01059). Ello se ha atribuido a su uso indiscriminado y no selectivo, que hace que no solo mueran las plagas, sino también sus enemigos naturales y los insectos polinizadores. La eficacia de los plaguicidas químicos también se ve enormemente reducida por la resistencia que se desarrolla a ellos con el tiempo."

Aún actualmente, a nivel mundial, se estima que las pérdidas anuales de cosechas debido a las plagas y enfermedades oscila  entre el 20 y el 40 por ciento de la producción. En términos de valor económico, las plagas y  las enfermedades de las plantas le costó a la economía global alrededor de 220 mil millones de dólares anuales, y los daños producidos por insectos invasores, o plagas transfronterizas (un fenómeno preocupante, consecuencia del cambio climático y del comercio global)  alrededor de US $ 70 mil millones.
 El grado de saturación de plagas para una región es la media de los grados de saturación de los países de esa región. El grado de saturación en un país es el número de plagas y patógenos actualmente presentes dividido por el número de plagas y patógenos que podrían ocurrir. Fuente Bebber, Holmens and Gurr, 2014. The global spread of crop pests and pathogens. Global Ecology and Biogeography, 23(12): 1398–1407.

Aproximadamente el 10% de las plagas y enfermedades de las plantas ya han infestado la mitad del países que podrían haber infestado. Y este fenómeno está aumentando debido a diversos factores, entre los que se encuentran el movimiento de materiales de siembra, el comercio internacional y el aumento global de las temperaturas. A pesar del incremento en el uso de insecticidas químicos en la agricultura, nuevas plagas arruinan las cosechas de aquellos lugares donde se implantan por primera vez.

Las promesas de incremento de las cosechas lanzadas al viento por empresas y lobbies no se han materializado. Los agricultores han perdido control de sus costes, y las malezas y las plagas serán cada día más resistentes al uso indiscriminado de los pesticidas. El futuro de los alimentos que realmente necesitamos involucra suelos saludables y sistemas de cultivo biodiversos.

La tendencia actual consiste en reducir el uso de pesticidas en el control de plagas, en unos casos volviendo a métodos adaptados de la agricultura tradicional, como el control biológico, en otros casos a través del desarrollo de semillas genéticamente modificadas para ser resistentes a plagas específicas. La ingeniería genética ha conseguido insertar el gen de alguna de las más de 200 tipos de proteínas Bt (producida en la naturaleza por una bacteria natural del suelo, Bacillus thuringiensis) en el genoma del cultivo, para crear una resistencia natural al insecto. Cuando la larva del insecto plaga ingiere la bacteria, se activa la proteína Bt en condiciones específicas de pH alcalino en su intestino y lo perfora.

Respecto al futuro de los pesticidas y el control de plagas en la agricultura, es la industria de las grandes empresas las que determinan el camino a seguir. En el informe previamente mencionado, la Relatora Especial sobre el derecho a la alimentación, ofrecía elementos de reflexión y debate.

"El derecho de los agricultores a evaluar tecnologías como los cultivos genéticamente modificados y sopesarlas frente a otras alternativas posibles también se ha pasado por alto en los supuestos de la teoría económica convencional (Daniela Soleri et al., “Testing economic assumptions underlying research on transgenic food crops for third world farmers: evidence from Cuba, Guatemala and Mexico”, Ecological Economics). De hecho, hay quien sostiene que el desarrollo de alternativas se ha visto socavado por el énfasis puesto en la inversión en tecnologías de ingeniería genética (Oye Ka et al., “Biotechnology: regulating gene drives”, Science, vol. 345, núm. 6197, 8 de agosto de 2014)."

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